Pizarra digital, tablet y, en menor medida,
ordenador son las primeras palabras que nos vienen a la mente cuando hablamos
de competencia digital. ¿Pero realmente sabemos qué es lo que esto significa?
La competencia digital es una de las ocho
competencias que regulan las enseñanzas mínimas y está definida en el real
decreto como “disponer de
habilidades para buscar,
obtener, procesar y
comunicar información, y para
transformarla en conocimiento.
Incorpora diferentes habilidades,
que van desde
el acceso a la
información hasta su
transmisión en distintos
soportes una vez
tratada, incluyendo la utilización de las
tecnologías de la información y
la comunicación como
elemento esencial para informarse, aprender y comunicarse”[1]. Esta
competencia se concreta en algunos objetivos como pueden ser “iniciarse en la utilización, para el
aprendizaje, de las tecnologías de la información y la comunicación
desarrollando un espíritu crítico ante los mensajes que reciben y elaboran”[2].
Una vez sabido esto podemos cambiar nuestro
concepto de competencia digital; ya no es utilizar “aparatos” en el aula sino
que, en otras palabras, consiste en saber utilizar esos aparatos, esas
tecnologías para un acceso a la información y adquirir así un conocimiento.
Estamos en la sociedad del conocimiento, estamos
en una sociedad en la que las tecnologías forman parte de nuestra vida y
estamos todos de acuerdo en que la escuela forma parte de esta sociedad; de ahí
que la incorporación de las tecnologías al aula haya sido completa y
absolutamente necesaria.
Su reciente incorporación trate consigo numerosos
problemas a los que todavía estamos haciendo frente.
En primer lugar, es el crecimiento exponencial
que tiene la tecnología frente a paulatina la formación del profesorado; lo que
se conoce comúnmente como “brecha digital”. Los niños acuden al aula con un
bagaje acerca de las nuevas tecnologías, en ocasiones, muy superior al del
profesorado. Los niños son lo que se llaman “nativos digitales”; ellos han
nacido en esta sociedad del conocimiento y son los profesores y los centros
educativos los que se tienen que adaptar a esa sociedad. La formación del
profesorado en cuanto a esta competencia está todavía “cogida con pinzas”; son
necesarias nuevas metodologías, nuevas actividades, nuevas programaciones,
nuevas ideas para trabajar los contenidos teniendo en cuenta esta nueva
competencia.
En segundo lugar; la oposición a incorporar TICs
en el aula de algunos de los profesores. No todos los maestros son partidarios
de introducirlas en el aula. Muchos son reacios a cambiar los métodos
influencia positiva de la incorporación de las TICs en el aula.
En tercer lugar; la falta de medios para
evaluarla. Si ya tenemos problemas para evaluar competencias, más aún para
valorar ésta. Poniendo un ejemplo; cómo podemos evaluar la capacidad de un niño
de utilizar las nuevas tecnologías para obtener información que resulte significativa.
Si pasamos una prueba escrita sobre la información que ha buscado estaríamos
evaluando los conocimientos sobre esa materia; en vez de valorar si ha sido
capaz de buscar dicha información utilizando los medios adecuados.
Entrando en un nivel más social y no tanto escolar;
otro de los problemas es la dependencia y el impacto que puede tener en la
socialización del niño. Las nuevas tecnologías crean dependencia y se están
dando muchos problemas de aislamiento y de dar más importancia a relaciones
virtuales que a la vida con niños cada vez más pequeños. Además de crear una
brecha aún mayor entre las zonas desarrolladas y las no desarrolladas; una
mayor diferencia entre los que pueden permitirse incorporarlas en sus aulas y
los que no.
Esto no quiere decir que la competencia digital
sea mala; simplemente estamos en una sociedad de cambio y estamos a la
expectativa a ver que pasa y a ver si realmente esto sirve o no. El sistema
educativo es el que ha decidido que hay que meterla en el currículum y en los
contenidos; de ahí que sea necesario un aprendizaje, una formación. Por un lado
hay que dotar a las personas de competencias informáticas que las capaciten
para saber cómo funcionan las TIC, para qué sirven y cómo se pueden utilizar
para conseguir objetivos específicos. Y por otro, educar a las personas para
que sepan moverse en este caos de información; es decir, que sepan reconocer
cuándo necesitan información, dónde localizarla, y darle el uso adecuado.